sábado, 24 de diciembre de 2011

Que brille en nuestra noche la luz de Belén

"El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz" (Isaías 9, 1).
Estas palabras del profeta Isaías nos llegan fácilmente al alma: tienen una especial solemnidad, una rotundidad y una belleza poética tales que las hacen más creíbles, y casi en seguida nos abren a la esperanza. Será quizá porque el profeta no nos habla ya en futuro, sino en "pretérito perfecto compuesto", ese bello tiempo genial mezcla de pasado (visto, brillado) y de presente (ha), que nos habla a la vez de lo irrevocable y de lo actual, de que lo que sucedió de una vez para siempre está todavía repercutiendo hoy en nuestra vida.
A la vez, la imagen que elige Isaías difícilmente nos deja indiferentes, pues recurre a una experiencia fundamental de todo ser humano: el miedo a la oscuridad. En medio de la noche, a los que están en medio de las sombras "de la muerte" les ha brillado una luz. ¿Qué será? Aunque no sepamos de dónde sale, la luz en medio de la oscuridad nos atrae irresistiblemente, igual que a los bichitos del campo en las noches de verano.
¿De dónde viene esa luz?
Isaías mismo lo responde: "Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado". Es un nuevo rey para el pueblo, un descendiente de David. Él es el "Príncipe de la Paz" porque gracias a su reinado Dios "ha destrozado el yugo, el palo del carcelero" -todo lo que oprimía a su pueblo-, de modo que éste ahora puede darse el lujo de tirar al fuego, a la basura, la ropa de guerra manchada de sangre, porque esta vez la paz será "sin fin".
En su momento todos entendieron que se trataba del "Emmanuel" a quien el profeta había anunciado desde su embarazo (cf. Is 7, 14): de Ezequías, el hijo del rey Ajaz. Él, en efecto, hizo volver a Israel al camino de Dios, y llevó a cabo importantes reformas en el reino de Judá... Pero esa paz fue tan breve como suele serlo en este mundo, y pronto la infidelidad a Dios, el exilio y la destrucción borraron del mapa a Jerusalén y a todos sus reyes.
¿De dónde viene esa luz?
La formulación de las palabras de Isaías guardaba una velada ambigüedad. Pero no todos pudieron darse cuenta de ello. En efecto, según la profecía, la luz no brilla para todos, ni todos la pueden ver, sino únicamente "el pueblo que camina en las tinieblas, los que habitan en el país de la oscuridad". ¡Qué paradoja! Hay aquí un cierto elogio de la oscuridad, porque es necesario estar en ella para poder ver la luz que viene de Dios. ¿De qué oscuridad estamos hablando? El evangelio del nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-14) nos orienta en la respuesta, porque los únicos testigos del nacimiento del "niño" anunciado, del "descendiente de David", son unos pastores que caminaban por los cerros de Judea "en medio de la noche". Ellos son, para san Lucas, el "pueblo que camina en las tinieblas", ellos son los primeros que "vieron brillar una gran luz" cuando los envolvió la "gloria de Dios", y los que guiados por el Ángel del Señor reconocieron al verdadero "Hijo de David" en ese recién nacido envuelto en pañales en un pesebre.
Esta Navidad tiene que encontrarnos como a los pastores, "caminando en la noche". Ayer miles de personas "caminaron en vela durante la noche", cuando los shoppings de Buenos Aires, esas basílicas del consumismo, ofrecieron una auténtica "vigilia comercial". Pero esa noche no es como la de los pastores de los cerros de Judea: le faltaba la oscuridad y el silencio. Nadie, en esa carrera nocturna, buscaba luz, porque mil luces alternativas resplandecían por todas partes. Los deseos a flor de piel estaban allí esperando ser saciados con los pesos del bolsillo y las ofertas de las vidrieras.
Como los pastores, hoy son los millones de pobres argentinos quienes nos recuerdan de qué se trata la noche: la incapacidad de poder progresar a pesar de los años de trabajo duro, el dolor de estar engañados por una sociedad que los empuja a ser felices teniendo cada vez más, la vergüenza a veces agresiva de estar excluidos por el color de la piel o la manera de vestirse, la impotencia de no tener voz por no tener plata, la indignidad de ser objetos del pan y del circo para sumar un voto y después quedarse tirados... Cuando se vive al límite, así, se camina en la oscuridad: la oscuridad que sólo permite dar el pasito de hoy sin siquiera pensar en la angustia de mañana. Pero en el fondo de todas las apatías y de todas las violencias, el corazón irresignable late, y se queja, y prende velas, esperando una ayuda que sólo puede venir de arriba.
Cada uno, en el fondo, elige qué luz quiere esperar en esta noche: cada uno elige dónde buscar la luz de su vida: si en lo alto de los shoppings o en lo escondido del pesebre. Lo cierto es que, si de veras queremos que nos encuentre la luz de Belén, tenemos que desnudar el corazón como quien le saca cáscaras y cáscaras a la cebolla, para encontrar allá abajo, bien en el fondo, ese corazón necesitado, vulnerado y pobre que todos somos frente a Dios.
Entonces podremos cantar de veras en el Huachi Torito esa copla antiquísima de nuestros humildes:

Al niño recién nacidó
todos le ofrecen un doné;
yo soy pobre, nada tengó,
le ofrezco mi corazoné.

¡Feliz y santa Navidad!