sábado, 3 de enero de 2009

Navidad o el elogio de la vulnerabilidad

A los chicos de Pacheco
Siempre me gustan estos "tiempos" que la Iglesia nos da para que los grandes misterios de la fe puedan "decantarse" en nuestro corazón. En particular se me hace siempre "necesario" este tiempo de Navidad, porque el misterio de la Encarnación es por lejos el que más me exige un esfuerzo de adaptación, y -si tomamos "conversión" en el sentido evangélico de "metá-noia", de "cambio de mentalidad"- es el que más me pide "conversión". En efecto, convertirse al Dios Niño de la Navidad es dejar de pensar como el "mundo" y aprender a "sentir-pensar" con la "mentalidad de Jesucristo, que siendo Dios se vació de sí mismo tomando la condición de esclavo, y pasó por uno de tantos" (Fil 2).
En concreto me gusta quedarme en esa sencilla imagen del Evangelio: el niño estaba "envuelto en pañales". En esa expresión cabe todo el misterio de un Dios que ama y que por amor elige, siendo de por sí omnipotente, impasible y fuerte, hacerse frágil, vulnerable e impotente. Tanto que necesita que lo envuelvan en pañales, que lo protejan, que lo cobijen.
Ese niño Dios envuelto en pañales es la manifestación de cómo es Dios, es la prueba definitiva de que Dios es amor. Ahora bien, si el amor de Dios se mostró al mundo de esta manera inaudita, esto me hace pensar, una vez más, en una de las características más difíciles del amor, que es precisamente la vulnerabilidad.
Vulnerabilidad es otra manera de decir: "capacidad de ser herido". Amar supone confiar y exponerse: el mismo movimiento por el que uno se da al otro implica el riesgo de ser rechazado y herido. La tranquera que uno abre para invitar queda abierta para el que lo quiere a uno rechazar o atacar. Enamorarse de alguien ya conlleva la dolorosa posibilidad de perderlo.
En el capítulo veintiuno de "El Prinicipito" de Saint-Éxupéry, hay un profundo diálogo del protagonista con un zorro.
"Fue entonces que apareció el zorro:
- Buen día - dijo el zorro.
[...]
¿Quién eres ? – dijo el principito. – Eres muy bonito...
- Soy un zorro – dijo el zorro.
- Ven a jugar conmigo – le propuso el principito. – Estoy tan triste...
- No puedo jugar contigo – dijo el zorro. – No estoy domesticado.
- Ah! perdón – dijo el principito.
Pero, después de
reflexionar, agregó:
¿Qué significa "domesticar" ?
- Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa "crear lazos..."
- ¿Crear lazos ?
- Claro – dijo el zorro. – Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...
[...]
Mi vida es monótona. Yo cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen, y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira ! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo ? Yo no como pan. El trigo para mí es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Y eso es triste ! Pero tú tienes cabellos color de oro. ¡Entonces será maravilloso cuando me hayas domesticado ! El trigo, que es dorado, me hará recordarte. Y me agradará el ruido del viento en el trigo...
El zorro se calló y miró largamente al principito:
- Por favor... ¡domestícame ! – dijo.
- Me parece bien – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
- Sólo se conoce lo que uno domestica – dijo el zorro. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame !
- ¿Qué hay que hacer ? – dijo el principito.
- Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
[...]
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se aproximó la hora de la partida:
- Ah! - dijo el zorro... - Voy a llorar.
- Es tu culpa – dijo el principito -, yo no te deseaba ningún mal pero tú quisiste que te domesticara.
- Claro – dijo el zorro.
- ¡Pero vas a llorar! – dijo el principito.
- Claro – dijo el zorro.
- ¡Entonces no ganas nada !
- Sí gano –dijo el zorro
por el color del trigo.
[...]
Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro. – Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. [...]."
En nuestra cultura, tenemos, hoy en día, horror al sufrimiento. La "sociedad del bienestar" que -algunos- vivimos en Occidente, supone la huida del dolor, al precio que sea. La "sociedad del bienestar" es también la "sociedad de la anestesia". Si en lo fìsico se prefiere no sentir con tal de no sufrir, espiritualmente muchas veces se elige no amar, no comprometerse, no "crear lazos" para no tener que "llorar".
Me gusta pensar que la Navidad nos muestra a un Dios que eligió depender de nosotros, porque quiso "atarse", "vincularse", "enlazarse" a los hombres. Es el Dios de la Alianza, que en el pesebre desnuda toda la dimensión de vulnerabilidad que esa Alianza suponía. Es un Dios que no teme "llorar", y que por eso puede "amar hasta el extremo".
"Domestícame", pedía el zorro al Principito.
Estoy de vacaciones y no tengo mis mataburros a tiro, pero supongo que tanto el verbo "dominar" (de "dominus": dueño, señor) como "domesticar" se remontan en última instancia a la misma realidad que es "domus", casa. Y sin embargo, estos verbos representan los polos opuestos de una opción fundamental en la relación con otro. De ambas maneras se consigue "meter" al otro en la esfera de lo "mío", en mi "casa". Pero "dominando", "domando" o "domeñando" el movimiento está centrado en uno mismo: es algo que se hace a la fuerza, más allá de la voluntad del otro. Por el contrario, "domesticando", lo que se hace es más bien extender la casa, agrandar la familia, "poner un lugar más en la mesa". (De aquí que para muchas personas, sobre todo las más solas, sus animales "domésticos" tengan casi las mismas prerrogativas que un hijo... un nombre, un lugar en el sillón, y muchos -tristes- etcéteras). El movimiento es más descentrado, menos posesivo. Es amor, no posesividad.
Qué lindo saber que Quien es el único "Dominus", el único Señor y Dueño, el único que de verdad es todopoderoso y "domina" todas las cosas, no domina "dominando" sino "domesticando". Él hasta tal punto "estiró el alero" de su casa, hasta tal punto nos hizo de su "casa" que nos hizo "hijos", como su Único Hijo amado Jesús. ¡Qué grande es nuestro Dios! Sólo los más grandes pueden hacerse tan pequeños. Si así domina nuestro Señor Jesucristo, así debe ser para nosotros cristianos la noción de "dominio"... Nuestra tarea es "dejarnos domesticar" por él.
Ojalá que en este tiempo de Navidad el Niño Dios nos ayude a "cambiar de mentalidad", y que este "elogio de la vulnerabilidad", esta "exaltación de la impotencia" que es su amor hecho niño nos enseñe, cada día, "con mucha paciencia", el camino del verdadero amor. Aunque tengamos que llorar un poco.